Ciudad de México
Hernán Arellano, de 33 años, vende camotes tradicionales de Puebla en Nueva York. Es originario de San Juan Tetla, junto a San Martín Texmelucan. Ahí vivió por más de 10 años. Hernán y su hermano Néstor aprendieron la preparación de camotes cuando su tío, Gregorio Arellano, le enseñó a su papá y él a ellos.
Hernán y Néstor le ayudaban cuando salían de la secundaria. Desde San Martín Texmelucan iban hasta la Ciudad de México; llegaban hasta la Merced, donde los preparaban en la calle de San Pablo y de ahí partían a las calles del centro para vender.
Septiembre, diciembre y enero eran las mejores temporadas para ellos y también viajaban hacia la capital.
En entrevista con EL UNIVERSAL, Hernán cuenta: “Los iba a vender en septiembre porque es el mes patrio y toda la gente iba al centro de la Ciudad.
“En diciembre y enero era la temporada navideña, la gente paseaba cerca del Zócalo. El Día de Reyes también era muy fuerte para nosotros”, recuerda.
Caminaban con su carrito de camotes por las calles de Correo Mayor, Pino Suárez, 16 de Septiembre, Uruguay, entre otras. “Después de las 21:00 horas, nos daban permiso de vender en el Zócalo”, comenta.
La palabra camote viene del náhuatl camohtli. Es una planta apreciada por su raíz comestible y se da al sur de México.
De acuerdo con datos del gobierno, en el país se siembran cerca de 3 mil hectáreas y se cosechan alrededor de 50 mil toneladas por año.
Llegan a la Gran Manzana
Después de 14 años, Hernán y su hermano Néstor decidieron irse a Nueva York, para apoyar a su papá que estaba allá.
“Las cosas en México siempre han estado bien difíciles y tuvimos mucha necesidad, ese es otro motivo por el cual nos venimos para acá, para salir adelante”, agrega Hernán.
Tuvieron que dejar familia en México para poder irse a trabajar a Nueva York y también para apoyarlos económicamente.
Al llegar, Hernán encontró empleo en restaurantes. Durante 11 años estuvo trabajando como lavaplatos y mesero.
“Al llegar aquí, el trabajo más fácil de encontrar es en restaurantes como lavaplatos, ya después vas subiendo poco a poco”, añade el poblano.
Tras años de trabajar así, surgió la idea de tener un negocio propio. “Qué mejor que de camotes, algo que sin duda alguna sé preparar a la perfección y también para continuar con la tradición familiar que hemos llevado a cabo por algunas generaciones”, expresa.
Cuando tomó la decisión de emprender un negocio, Hernán comenzó a moverse, principalmente para conseguir los carritos de camotes, su mayor herramienta de trabajo.
Tardó más de dos meses en investigar y contactar con gente que le facilitara llevar su carrito, hasta que logró que pudieran entregárselo. Una vez que lo recibió, empezó a trabajar.
Debido a la gran demanda y novedad que causaron los camotes en Nueva York, compró tres carritos más. “Las tres veces fue muy difícil traerlos, pero no imposible, y eso no me detuvo a continuar, son carritos que duran hasta 15 años”, destaca.
Así fue como nacieron los Camotes Puebla en Nueva York. Han pasado dos años desde que llegó el primer carrito.
Hernán, Néstor y otro amigo son quienes los trabajan e intentan mantenerse en zonas específicas de los cinco condados de la ciudad, como El Bronx, Brooklyn, Manhattan, Queens, y Staten Island, porque es donde transitan más los mexicanos.
Llaman la atención de los habitantes gracias al tradicional silbido que emiten al vender y por el diseño que le dan a los carritos: color verde mexicano con el mapa de Puebla plasmado y las letras de colores.
Hasta el momento, no tienen competencia, son los únicos camotes y plátanos preparados al vapor en Nueva York. La receta original desde Puebla es la que Hernán prepara día con día.
En México es común acompañarlos con leche condensada y mermelada, pero en Nueva York Hernán da a elegir algunos otros sabores, como cajeta, chocolate líquido, canela en polvo y chispas de sabores.
“Les agregamos las chispitas para llamar la atención de los niños, que son hijos de padres mexicanos pero nacidos aquí, que no los conocen, pero al ver los colores les llama la atención.
“Hay personas que me los piden con todo, hay unos que les gustan solitos o bien la preparación tradicional, es cuestión de gustos”, agrega.
El costo de la orden de plátano es de cinco dólares, que son aproximadamente 100 pesos mexicanos, y la de camote, seis dólares, o sea 120 pesos.
Hernán vende a personas de diferentes países, como Brasil, Perú, Colombia y China, quienes tuvieron la oportunidad de probar este tradicional alimento preparados a la leña. Sin duda, los mexicanos son los principales consumidores del negocio.
Al platicar con Hernán, relata: “Un día estaba parado con mi carrito y al hacerlo silbar una señora se acercó y, sin conocerla, me dijo con lágrimas de emoción que si me podía abrazar.
“Después me agradeció por hacerla recordar muchos años que estuvo viviendo en el Estado de México con sus hermanos, pues siempre que escuchaban el silbido salían corriendo, pero ella sólo podía comprar un camote, por lo que tenía que compartir con sus ocho hermanos.
“Me contó que nunca le importó compartir, sólo le importaba que sus hermanos fueran felices, por eso la emoción al escuchar el silbido.
“No sabía cómo reaccionar, pero me dio gusto ser parte de eso. Como esa tengo muchas historias más que contar, hay veces que los mexicanos me piden fotos para tomarlas en el carrito y mandárselas a sus familiares, la verdad eso me pone muy feliz y me siento muy orgulloso de recordarles algo bonito a los paisanos”, menciona.
Los tres carritos de camotes se trabajan de jueves a domingo, de 16:00 a 21:00 horas.
Cada vez son más conocidos los Camotes Puebla, gracias a que intentan abarcar lo más posible la ciudad de Nueva York.
Vender en pandemia
La pandemia ocasionada por el Covid-19 afectó de manera severa a Hernán, ya que por la enfermedad su venta se detuvo por más de seis meses y dejó de percibir ingresos. De marzo a agosto de 2020 vivió de sus ahorros.
“En otros países los dejaban vender desde sus hogares, pero aquí ni así podíamos. Si nos veían nos quitaban nuestras cosas y teníamos que pagar una multa”, cuenta Hernán.
Durante noviembre del año pasado, cuando la pandemia empezaba a bajar un poco, comenzaron a salir otra vez, pero las ventas no eran las mismas.
Aunque siempre habían sido buenas, la pandemia hizo que bajaran y, a pesar de que la curva de Covid-19 en Nueva York había descendido y empezaban a abrir más locales y venta de comida, mucha gente decidió continuar con el confinamiento para no arriesgarse, lo que hacía que la venta fuera mínima, pues apenas sacaba la inversión.
Antes de la emergencia sanitaria, en un día normal llegaban a vender los fines de semana hasta dos charolas, que variaban entre 25 a 40 camotes dependiendo el tamaño, y de plátanos, una charola y media, que usualmente son 65 a 70 piezas.
Recibían entre 600 y 700 dólares, equivalentes a 13 mil y 14 mil pesos mexicanos. En una muy buena venta alcanzaban los 800 dólares, aproximadamente 16 mil pesos.
Después de la pandemia, hay veces que sólo se termina una charola de camotes y otra de plátanos, por lo que sus ingresos bajaron al menos 50%. “Usualmente, los 550 dólares los hacemos únicamente los fines de semana”, especifica.
Gracias a las redes sociales, como Facebook e Instagram, intentan mantener la interacción con sus seguidores para que los visiten y puedan ir a comprarles compartiendo la ubicación de los puntos de venta, para así aumentar su ganancia.
Hernán ha ido logrando poco a poco que sus ventas vuelvan a la normalidad, tanto así que está en puerta un cuarto carrito.
“Me emociona mucho porque sé que lo que he hecho ha valido la pena y después de tanta espera y un año fatal para todos al fin puedo seguir trabajando más, con todas las medidas que se requieren”, concluye.
Hernán se siente orgulloso de representar en Nueva York algo tan tradicional de México, como lo son los camotes.
Está feliz de dar a conocerlos y que con su receta pueda lograr que muchos habitantes extranjeros se hagan sus clientes frecuentes, le da gusto continuar con la tradición familiar y también inspirar a muchos mexicanos, además de hacerlos recordar sus raíces.
“Mi deber siempre será dar buena calidad y servicio, me siento comprometido con eso al ver el resultado en mis clientes. Darles mi agradecimiento y empeñarme día a día para tenerlos contentos”, destaca.